jueves, 26 de febrero de 2015

Spaghettis para Silvia XXIX.

XXIX




Vuelta a empezar en la misma ciudad en la que al final, todo me parecía igual sin aquella cría que aportaba una dosis de felicidad a mí día día.
A veces solía que lo bueno en la vida, llegaba para quedarse, pero en mi caso venía y se iba, casi siempre tenía pinta de no volver, y como de costumbre no volvía. Quizás tenía un don para que lo bueno de mi vida, se acabe largando.
Aquella madrugada en la que Silvia se había vuelto a irse de mi vida, me la pasé sentando en el sofá, totalmente en blanco y con el gato tumbado a mi lado y moviendo la cola hasta que quedó dormido. En algún momento de esos en los que estaba en blanco, estos dos llegaron y fueron directos a dormir, Sam al sofá abrazando al perro y Lee, bueno, le había cogido cariño a dormir en la bañera, maldito espectáculo el suyo.
Estaba amaneciendo y durante toda aquella madrugada, no podía para de pensar en qué hacer con mi vida, en qué decisiones de peso tomar. Quizás debería realizar un cambio realmente grande, un buen vuelco a mi vida, pero no sabía qué hacer.


-¿Por qué no te vienes a Málaga con nosotros?

-¿Qué?- Sam había despertado o al menos lo intentaba sin levantarse del sofá.

-Salem, nos conocemos de hace cuanto, ¿seis años?

-Sí, nadie lo diría.

-No nos conocemos de toda la vida, pero nos conocemos más que nadie y sé cuanto estás mal y te replanteas las cosas.

-¿Me puedes explicar cómo con resaca razonas mejor que decente?

-Año a tu lado, tío.

-Ahora resulta que soy el culpable.

-Bueno, dejando tonterías de lado, ¿has discutido con Silvia?

-¿Tanto se nota?

-Quizás.

-Bueno.

-A ver Salem, todos adoramos a Silvia y todos sabemos que os queréis pero nadie dice nada, sois idiotas y eso es mutuo.

-Eso es un tanto discutible.

-Si ella no reaparece en tu vida, ¿te vendrías a vivir con nosotros al sur?

-No sé, tengo muchas cosas aquí, y está ciudad me encanta, ya lo sabes.

-Todos sabemos que te encanta la ciudad por Silvia, ella hace para ti que esta ciudad sea idílica, pero no está ya, y sientes que es una ciudad distinta.

-Puede ser.

-Mira, hazme dos favores.

-Dime.

-Piénsalo detenidamente y pon Shin Chan, que ya es hora.

-Bueno, te dejo la televisión puesta, voy a prepararme algo de desayunar.


Ese maldito alcohólico me había hecho pensar bastante, y en algún momento empecé a plantearme esa idea.
Cuando iba a preparar el desayuno me encontré a Lee durmiendo en una silla y apoyado en la mesa, yo a éste no le entendía mucho.


-¿Tú no estabas durmiendo en la bañera?

-Que yo recuerde sí- le costaba hablar, ni siquiera despegaba la cara de la mesa.

-Eres tan raro.

-Oye Salem.

-Dime.

-Tu bañera, es tan cómoda.

-A veces pienso que no eres de éste planeta, oye Lee, ¿qué tal es vivir allí?

-¿En Japón? No me acuerdo.

-No, joder, en Málaga.

-¿Por qué? ¿Te apuntas a la aventura andaluza?

-A ver, dime qué tal.

-Pues si nosotros hemos tenido la fortuna de encontrar algo bueno, tú que tienes un contrato vitalicio con la suerte, te irá mejor que nadie.

-Si bueno, no es que hoy sea mi día de mayor suerte.

-Una vez que tocas fondo, sólo se puede subir, o eso se suele decir, hay gente que cuando toca fondo se empeña a seguir cavando para ver si llegan más bajo si es posible. Bueno, me voy al sofá a dormir con Sam.


Joder, los dos tontos con resaca me habían liado totalmente y ahora sí empezaba a plantearme mi futuro, no sabía qué hacer, y menos sin Silvia a mi lado para hacerme recapacitar, ahora sólo podía pensar en una cosa, ¿debía irme de Barcelona?

jueves, 19 de febrero de 2015

Spaghettis para Silvia XXVIII.

XXVIII




Por fin el dichoso sábado de carnaval, salíamos Lee; Sam; Silvia y yo, el resto no nos habíamos vuelto a reunir desde noche vieja, se les echaba de menos, pero no quitaba que fuésemos a pasarlo mal.
Conseguí el milagro de que Silvia fuese disfrazada, de hecho, los cuatro íbamos con el mismo tema, éramos un cuento con patas y algunas cervezas.
Para variar, ya habíamos empezado a beber cervezas en casa.


-¡Esa Caperucita sexy!

-Panda de degenerados- sí, conseguimos disfrazar a Silvia de Caperucita.

-¡Qué viene el lobo, que viene el lobo!

-¿Me lo dices a mí, Sam?

-No, se lo digo a Caperucita, que ha sufrido una metamorfosis, no te jode- como era evidente yo iba a ser el lobo y Sam...era un buen papel para él- por cierto, ¿a qué estoy guapa de abuelita?

-Preciosa, ¿dónde mierdas está Lee?

-¿El cazador? Estará comiendo- sí, estaba comiendo- voy a buscarlo.


Me quedé tirado en el sofá cerveza en mano junto a Silvia, que estaba jugando a la consola, siempre que venía, se enganchaba.
Siendo sincero, eso de Caperucita sexy, joder  que si era verdad.


-Salem, aúlla para mí como buen lobo.

-Tú ríete, pero voy a ser el lobo que te robe la cesta...


Nos fuimos los cuatro a coger el metro para llegar al centro e irnos de local en local, Sam y Lee se distrajeron hablando con dos chicas, por otra parte, Silvia y yo nos sentamos bastante apartados, siempre con un auricular cada uno y ella apoyándose en mi hombro, era una buena manera de aislarnos juntos de toda la gente de alrededor.
Al cabo de unas paradas, llegamos y nos dispusimos a ir de local en loca.
Al salir por la boca de metro teníamos una estampa bastante rara, con Caperucita sexy, el lobo con gafas de sol, la abuela también con gafas de sol y dando saltos abrazado al cazador y con una botella de vodka en la mano.
Fuimos al primer local, y lo primero que hice fue pedir para Silvia y para mí.


-Ponme seis chupitos de absenta, dos de cincuenta, setenta y noventa grados, ah, y un vaso de agua para la niña- la camarera se quedó mirando y tratando de averiguar que me pasaba en la cabeza.

-¡Eh, a mí no quieras envenenarme!

-Venga Silvia, esto entra como si fuese agua.

-Una mierda.

-Que es verdad, otra cosa es que luego te mate por dentro, luego te acostumbras.


Con un chupito en mano cada uno, empezamos con ese castigo inventado por mí que decidí llamar "La escalera al infierno".
Al acabar, no sé cómo aguanté de pie, pero lo hice, y lo que es peor, no sé cómo esos tres chupitos se quedaron dentro de mí. Silvia tardo un poco más en acabarlos, poco tardó en engancharse al vaso de agua, débil...
Seguimos los cuatro con la fiesta, íbamos de local en local, los otros dos seguían abrazados, creo que entre ellos se mantenían e pie, pero eso de que "la unión hace la fuerza" no funcionaba con estos dos...
Poco tiempo durábamos en un local, siempre queríamos ir a otro, así que era un chupito y nos íbamos. Mucho menos duraríamos en el siguiente local.
Entramos y sin darme cuenta antes de llegar a la barra, alguien había dicho algo nada más verme y Silvia lo había escuchado, sin saber por qué, ella había salido y yo detrás de ella.


-¿Qué ha pasado?- ella pasaba de mirarme.

-Alguien dentro ha dicho que ya estabas con otra...

-¿Qué dices?

-Mejor me voy ya.

-Joder Silvia, no te vayas, esta noche está siendo jodidamente perfecta y no quiero quedarme sin ti por un comentario que ni es verdad.

-Déjalo, me voy a casa antes de que sea peor y sepa más cosas.

-Joder, no sabes lo qué significas para mí, no sería tan idiota de hacerte algo malo- poco caso me hizo, ni siquiera me volvió a mirar y se fue.


Entré al local para avisar a los otros dos que tenía que irme urgente, no iban muy decentes pero al menos se enteraron de algo.
Salí corriendo de aquel lugar intento esquivar gente sin perder a Silvia que estaba más adelante.
Todo el jodido mundo de por medio, cuando la persona que quería que estuviese solamente en ese momento, estaba a un par de metros y se alejaba cada vez más.
La vi entrar en la boca del metro, llegué como pude y bajé corriendo a ver si conseguía alcanzarla, me metí en el metro que la dejaba cerca de casa, estaba totalmente vacío y ya había iniciado su camino.
Por segunda vez, sin hacer nada, la había vuelto a cagar, había vuelto a perder esa dosis de felicidad que tenía mi vida en esta ciudad, la jodida niña que me hace ir arriba, alto y muy lejos, se había vuelto a ir de mi vida, y ahora estaba prácticamente sólo en el metro, más abajo que nunca.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Spaghettis para Silvia XXVII.

XXVII.



Seguía cada vez más cerca el carnaval y yo, seguía intentando convencer a Silvia para que se disfrazase conmigo, también seguíamos con la tradición de que ella se viniese a comer cada viernes, es algo que nunca falla desde aquella discusión.
Por lo visto, a parte de Silvia, vendría a comer Sam, al menos eso me dijo esta mañana, el muy cabrón se había ido a vivir a Málaga junto a Lee y venía a visitarme todo el fin de semana.
Me dispuse a eso de la una del mediodía a preparar la comida para los tres, mientras tanto escuchaba el disco de El lado de los rebeldes, de La Raíz, esa jodida música era motivación pura.
Al cabo de quince minutos habían tocado al timbre, al abrir me abordaron los dos nuevos hijos adoptivos de Málaga, los muy cabezones venían cargados de cerveza, para variar.


-Traemos rubias frías, que para caliente ya han de estar otras cosas- no sé como hacía Lee para hacer todo más obsceno.

-Panda de inútiles, ya sabéis que estáis en casa, así que entrad ya, que estoy cocinando.

-¡Comida!- creo que Sam, era el que más arrasaba con mi despensa.


A los diez minutos después, llegó Silvia con toda la hiperactividad del mundo, y con hambre, eso sí.
Entraba directamente al sofá, al darse cuenta de que estaban los demás en la cocina, se levantó y se vino conmigo, o quizás sería para comer cuanto antes, ambas opciones eran factibles.
Saludo y lo primero que hizo fue coger mi móvil para poner Green Valley.
En resumen, éramos mis dos mejores amigos, la pequeña Silvia, pollo frito y reggae de fondo, el hecho de que estos cabezones hubiesen traído cerveza, lo hacía mejor aún.


-¿Qué tal el cole, pequeña Silvia?- empezábamos a vacilar.

-Maldito Salem, no soy una cría- picarla era muy fácil.

-Es con cariño, bullying aparte, ¿nos disfrazamos o qué?

-Te he dicho que no.

-Silvia, no seas cruel, no le quites el cachondeo de disfrazarse de alguna tontería.

-Gracias por el apoyo Samuel. Venga Silvi, ¿qué te parece tú de lobo y yo de caperucita?

-Dios sí, y yo de abuelita, por favor- al escuchar decir eso al jodido Lee, no pudimos evitar descojonarnos del panorama que podría ser.

-Vosotros estáis fatal, a ver sois tres, así que los tres os podéis disfrazar juntos.

-Ojalá, pero estos cabezonas se vuelven a Málaga.

-Sí, que Sam tiene que ver a la novia.

-¿Qué novia?, que me tenga que decir Lee que tienes novia y no me lo digas tú, me parece indignante.

-Que no es mi novia, soy su Toy Boy, en todo caso.

-A ver Sam, ¿me estás diciendo que estás saliendo con una mayor que tú? y si es así, ¿cuanto de mayor?

-Pues a ver, ella tiene veintitrés, así que son cinco años de diferencia.

-¡Ese es mi campeoón!- Lee le abrazaba orgulloso.

-Eh, un momento- Silvia se había perdido- ¿entonces tienes diecisiete?

-Muy bien, toma una galleta.

-Salem, deja de ser tan cruel- de regalo una patada de Silvia.

-Violenta, eso es lo que eres. A ver, Sam es el pequeño de los tres, los adoptamos antes de que una vieja lo cambiase por un botijo.

-Eh.

-Sam, deja que contemos nosotros la historia, joder. Es broma, es un año menor, pero aún así le queremos, de hecho, tratamos de adiestrarlo.

-Joputa.

-Y eso, pequeña Silvia, es amor de hermanos. Bueno Sam, cuéntanos.

-¿Qué quieres que te diga?

-Pues como va la bolsa de Nueva York, no te jode, que tonto eres hijo.

-Pues a ver, se llama Lola, hace ballet, y lo mejor de todo, tiene novio.

-Lee, por favor, ayúdame a levantarle un altar a éste tío.

-¿Pero cómo cojones sois así?- la pequeña se indignaba- Sam, a mí me haces eso y te castro.

-Eh, eh, eh, ¿vosotros desde cuando salís?

-Desde nunca Lee.

-Ya le gustaría salir conmigo- Silvia no podía evitar reirse.


Pasamos bastante rato en la cocina entre comer y hablar, y beber, y escuchar reggae, y vacilarnos mutuamente.
Luego, más o menos a las cuatro de la tarde nos fuimos jugar a la play los cuatro, más viciados y competitivos no podíamos ser, joder.
Nos matábamos a lo loco, sin respeto alguno, ahí no había amistad alguna a la hora de jugar.


-¡Eh, eso no es legal!

-Silvia, deja de quejarte y juega, que vas perdiendo.

-Una mierda, va perdiendo Sam, Lee va ganando, joder.

-Claro, ahora como soy el asiático, soy un experto de nacimiento, pues tenéis razón y os jodéis.


Esa situación se basaba en insultos unos a otros, siempre con todo el cariño del mundo, eso nunca faltaba en nosotros.
Al cabo de tres horas viciados, decidimos volver a comer algo, y joder, me dejaron sin galletas ni yogur, los muy perros.


-Salem, ¿me puedes dejar el pc?

-Todo tuyo Sam, ¿para qué lo quieres?

-Hacer skype un momento con esta chica.

-¡Oh, eso quiero verlo!

-No, no me jodáis, que me apetece hablar con ella.

-¡Eso es amor!

-¿Cómo coño nos ha escuchado el maldito japonés si está en la cocina?

-Es raro, déjale.

-Pero tiene razón, eso es amor, del  malo, pero amor.

-Relaja, eso no es nada.


Sam se puso a hacer una videollamada con su chica, de vez en cuando nos asomábamos para ver el panorama, pero Silvia, Lee y yo estabamos en la cocina para no molestar. Quisimos dejarle tranquilo, sólo de momento...


-Bueno Lee, ¿y tú qué?

-¿De qué?

-¿Con quien estás?

-¿Yo? Eso un caballero no lo dice.

-¿Por qué inventas?

-Por si cuela, joder, no estoy en nada serio, quizás dos chicas, pero no sé que hacer.


Seguíamos con la merienda y hablando de lo nuestro, también sobre qué tal le iba a Silvia con sus cutre amigos de clase.
Una media hora después, quisimos formar parte de la conversación de skype, sólo por joder.
Planeábamos algo entretenido, para no quedar indiferentes.


-Venga, salimos en cuanto empiece la parte buena de la canción.

-Dale, pero bailamos, eh.

-Sois malos amigos.

-Silvia, tú haz la cuenta atrás.

-Bueno, tres; dos; uno...


Salimos de la cocina corriendo y nos tiramos sobre Samuel cantando y gritando "¡María marihuana yo te adoro!", nos tiramos tan a lo loco que el sofá volcó hacia atrás y los tres nos la pegamos como nunca.