martes, 16 de diciembre de 2014

Spaghettis para Silvia XXV.

XXV




-Silvia, es Salem, ¿le digo que suba?

-Claro. -le decía a Svet medio dormida.


Salem, Salem... ¡Oh joder, había quedado con él para ir a la playa! cosa que no me parece muy normal en pleno invierno, pero por él...


-Buenos días niña, ya es hora de que despiertas -
Dice él con una sonrisa de oreja a oreja.


No hay Dios que entienta al chico este... Invierno, pantalón corto, ganas de ir a la playa... O de escabullirse para no cocinarme los spaghettis.



-Buenos días- digo malhumorada, como cada mañana.

-¿Preparada para bañarte?

-Sí vamos, me tiembla el cuerpo de la ilusión que me hace.



Hoy habíamos cambiado los papeles, el niño con ilusiones era él y la seria, yo, que en parte tenía su gracia.
Cogemos el bus y nada más vernos, Rebeca grita desde los últimos asientos:



-¡Parejita!- nos acabábamos de encontrar a Rebeca en el bus y se había ilusionado de verme con Salem los dos juntos.

-Rebeca...- Salem la intentaba calmar, ocasionalmente era tímida, cosa muy rara

-¿Dónde vais?

-Mira que eres cabezona, más que Silvia- el muy cabrón aprovechaba para soltarme pullas.

-¿Vais solos? ¿Viaje romántico en bus? Vale, ya me callo.

-Buena chica, en otro momento te doy otra galleta.



Cuando llegamos a la playa, sin Rebeca, lo primero que hacemos es colocar nuestras cosas y sin nadie a nuestro alrededor Salem se dispone a cogerme en brazos para tirarme al agua y, por más que me resista, lo consigue pero el cae seguido seguidamente. Fail.



-¡Joder! Qué fría está el agua, como te odio.

-Yo también te adoro Silvi.

-Sabes que en lo más profundo de tu ser me adoras más que a nadie. Aunque sea un poquitín.

-No te cansarás de repetirlo...


Las olas nos tiraban cada dos por tres y ya estábamos tiritando así que decidimos salir, vestirnos y sentarnos en la arena. Cojo una toalla y me la envuelvo por encima de los hombros cual manta, hasta por encima de la cabeza, me quedo callada mirando al mar y me apoyo en Salem.


-Silvia, eres la niña más rara que he conocido.


Capítulo escrito por @sylviarubio_

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Spaghettis para Silvia XXIV.

XXIV

 

 

Tres un mes medio de invierno medio abandonado, me volví a encontrar con Silvia, todo volvía a ser perfecto después de ese abrazo nada mas girar la calle.
Después de aquel momento, estuve horas aguantando a Rebeca diciendo que Silvia era perfecta para mí, y que tendría que acabar saliendo con ella.
Por suerte ya era sábado por la mañana, una mañana que dedicaba a estar tirado en el sofá con el gato, ese salido del infierno y que se había vuelto cariñoso.
No me dedicaba a otra cosa que no fuese ver Shin Chan y comer cucharas bien cargadas de dulce de leche, todo es paz hasta que...como siempre, suena el timbre cuando más tranquilo estoy.


-¿Hola?

-¡Silvia!- la niña me dejaba sordo al otro lado del telefonillo.

-¿Qué?- no me quedó otra que arriesgar con abrirle.


Al entrar al piso, lo primero que hizo fue pasar de mí y dedicarse a saludar al gato y al perro. Me sentía abandonado.
Pero era tan bonita la escena de ella sentada en el suelo jugando con mis mascotas.


-Se nota el cariño que me tienes que pasas de mí.

-Salem por favor, ¿desde cuando te tengo cariño?

-No sé ni por qué te abro, por cierto, el gato se suponía que era un regalo para ti, ¿por qué está conmigo?

-Para arañar a todas las tías que quieran entrar aquí.

-¿Celosa de alguien, quizás de Rebeca?

-¿Yo?

-No, tú para nada celosa, además, ella tiene novia.

-Yo también quiero.

-¿Novio?

-Novia.

-Eres tan rara Silvia.

-Me adoras.

-Si en la ignorancia eres feliz.


Después de jugar con Coco y Salam, el gato negro al cual le había puesto mi nombre, se tiró en mi sofá grande, apoderándose totalmente de él y sin dejarme espacio.


-Eh, vale que arrases la nevera, pero mi sofá es mi reino.

-Calla, no le hables así a la reina.

-Dios, ¿qué he hecho yo para merecer esto?

-Dios soy yo.

-No, tú eres Lucifer, y aún así me quedo corto.

-¡Oye!

-¿¡Qué!?

-Que tengo hambre, dame algo.

-Eh, el trato era que vinieses los viernes a medio día, hoy es sábado y son las diez de la mañana.

-Me da igual, yo mando.

-Echaba de menos tu ego.

-¿Mucho?

-¿A tu ego o a ti?

-¿Ambas cosas?

-Tu ego es tan grande como tú.

-Lo sé.


Al menos fue buena chica y me dejó hueco en el sofá, así que me senté con ella, poco duró sentada, se tumbó y usó mi regazo de almohada, hacía lo que quiciese conmigo, lo odiaba y me encantaba.


-Salem.

-¿Qué pasa Silvia?

-¿Me echabas de menos?

-¿Te miento o te digo la verdad?

-Miénteme, que se te da bien.

-Pues no, no te echaba de menos, era feliz sin ti, ni el gato ni el perro te echaban de menos.

-¿Mientes?

-Miento.

-¿Qué echabas más de menos?

-A ti, sentada sobre la encimera mientras cocinaba, a ti sentada en la mesa esperando la comida como una buena niña.

-Salem, hablando de comida, ¿y mis spaghettis a la carbonara?

martes, 2 de diciembre de 2014

Spaghettis para Silvia XXIII.

XXIII

 

 

Era principios de febrero, mi vida había seguido igual de monótona, lo único bueno era qué me había vuelto a encontrar con Rebeca aquella noche de enero en la biblioteca, y desde ese día, me había acostumbrado a ir con ella. A veces estábamos los dos solos, otras veces estaba su novia y los tres lo pasábamos bien.
Esta tarde saldría a dar una vuelta por el centro con Rebeca, luego iríamos de cena con su novia y una amiga suya.
Hacía frío, y las calles ya no tenía los adornos de navidad, pero aún así, las calles de la ciudad tenía mucha luz, mucha gente de un lado a otro.
Rebeca iba con un gorrito pequeño tapando parte de su largo pelo castaño, en las manos llevaba un café, más que para beber, lo usaba para calentarse las manos.
Nos dedicábamos a zigzaguear entre la multitud, viendo a ver cual de los dos era el primero en chocar con alguien y acabar pidiendo perdón.


-Sonríe cabezón- era lo qué más me repetía ella el último mes.

-Ya lo hago.

-Eso es muy poco, me merezco una mejor sonrisa.

-Bueno, me lo pensaré.

-Venga hombre, que tú siempre has sido feliz, no sé como cojones lo haces, pero siempre te veo de buen humor.

-Se hace lo que se puede, ¿para qué voy a estar mal?

-Y menos por alguien que se fue de tu vida hace un mes.

-Bueno, si es lo mejor para ella.

-Lo mejor para cualquier persona, tenlo claro, eres tú.

-Ya podrías ser mi novia, ¿hay posibilidades de cambiarte de acera?

-Tú siempre, otra cosa es que Laura te castre.

-Tranquila, te adoro a ti y a tu novia.

-Mentira, a ti lo que más te gusta es compartir gustos con nosotras.

-También.


Pasaban las horas y ya había anochecido, trataba de seguir el gorrito de Rebeca entre la multitud, a veces nos perdíamos mutuamente entre tanta gente.
Nos paramos unos minutos ya qué me había encontrado a dos amigas, Rebeca se presentó y se sentó con una de ellas, yo me quedé hablando con una de ellas, con la cual había algo de roce.
Diez minutos después nos despdedimos con un abrazo, Rebeca y yo seguimos con nuestro camino.


-Es muy guapa, me gusta para ti.

-¿Para mí o para ti?

-Para ti, que yo ya tengo a mi sociópata.

-No llames eso a tu novia.

-¡Juro que la quiero!. Bueno, ¿harás algo con ella?

-No, no quiero nada.


Ella intentaba siempre juntarme con alguien, era  lo que se dedicaba la mayoría de las veces que quedaba conmigo.
Solamente había pasado minuto y medio desde que me despedí y habíamos recorrido una avenida cuando giramos una esquina y allí estaba ella...


-¡Salem!- no me había dado tiempo a reaccionar y ya tenía a Silvia enganchada a mí, ni ella podía dejar de abrazarme, ni yo a ella.

-Joder, que recibimiento.

-¿Qué, es tu nueva follamiga?- se había fijado en Rebeca, y eso me lo había dicho al oído mientras aún me abrazaba.

-Joder Silvia, no- no pude evitar reírme- ella es Rebeca una de mis mejores amigas.

-Hola- Rebeca ponía cara de buena y sonreía, así siempre caía bien- encantada.


Me había sorprendido encontrarme a Silvia con Esvet y un viejo amigo por el centro, lo qué más me había sorprendido, era el abrazo que me dió Silvia nada más girar la esquina.
Cruzamos la calle y nos quedamos en unos banco hablando Silvia, Esvet, Rebeca y yo.
A los pocos minutos, una amiga me llamaba a lo lejos, me aparte un poco a saludarla y a hablar con ella mientras Rebeca conocía a Silvia y a Esvet.
Unos cinco minutos después venía Silvia para decirme que fuese con ellas.


-Salem vente- ella me tiraba del brazo intentado llevarme.

-Un minuto y me despido.

-¡Que vengas!- después de eso me dió una patada, no me quedo otra que despedirme e irme con Silvia al banco.


Ella se sentó y yo me puse en cuclillas delante de ella, me apoyé en sus piernas y no podía dejar de mirar a sus ojos azules.
Era algo muy bonito, poco más, y en la escena faltaba un anillo.
Me gustaba quedarme mirando a Silvia a los ojos, cuando lo hacía, al poco rato ella se reía.


-¡Salem, que temos que ir a la cena!

-Joder, es verdad; Silvi nosotros tenemos que irnos.

-¿Tan pronto?

-Sí, teníamos una cena ya pendiente.


Me dió un abrazo, claramente yo no quería soltarla, pero teníamos prisa, bastate, que la novia de Rebeca siempre nos decía llegábamos tarde a todo, así que apostabamos a qué hoy no lo haríamos.
Rebeca y yo nos fuimos corriendo para evitar pagar la cena, pero poco me importaba después de haberme encontrado a Silvia después de un mes.


-¡Salem, me encanta!

-¿Qué o quién?

-Silvia, es monísima, se ve que está muy enamorada de ti, y tú de ella.

-Calla y corre.

-Que sí joder, yo quiero que acabes estando con ella- Rebeca buscando siempre lo mejor para mí...