XXIV
Tres un mes medio de invierno medio abandonado, me volví a encontrar con Silvia, todo volvía a ser perfecto después de ese abrazo nada mas girar la calle.
Después de aquel momento, estuve horas aguantando a Rebeca diciendo que Silvia era perfecta para mí, y que tendría que acabar saliendo con ella.
Por suerte ya era sábado por la mañana, una mañana que dedicaba a estar tirado en el sofá con el gato, ese salido del infierno y que se había vuelto cariñoso.
No me dedicaba a otra cosa que no fuese ver Shin Chan y comer cucharas bien cargadas de dulce de leche, todo es paz hasta que...como siempre, suena el timbre cuando más tranquilo estoy.
-¿Hola?
-¡Silvia!- la niña me dejaba sordo al otro lado del telefonillo.
-¿Qué?- no me quedó otra que arriesgar con abrirle.
Al entrar al piso, lo primero que hizo fue pasar de mí y dedicarse a saludar al gato y al perro. Me sentía abandonado.
Pero era tan bonita la escena de ella sentada en el suelo jugando con mis mascotas.
-Se nota el cariño que me tienes que pasas de mí.
-Salem por favor, ¿desde cuando te tengo cariño?
-No sé ni por qué te abro, por cierto, el gato se suponía que era un regalo para ti, ¿por qué está conmigo?
-Para arañar a todas las tías que quieran entrar aquí.
-¿Celosa de alguien, quizás de Rebeca?
-¿Yo?
-No, tú para nada celosa, además, ella tiene novia.
-Yo también quiero.
-¿Novio?
-Novia.
-Eres tan rara Silvia.
-Me adoras.
-Si en la ignorancia eres feliz.
Después de jugar con Coco y Salam, el gato negro al cual le había puesto mi nombre, se tiró en mi sofá grande, apoderándose totalmente de él y sin dejarme espacio.
-Eh, vale que arrases la nevera, pero mi sofá es mi reino.
-Calla, no le hables así a la reina.
-Dios, ¿qué he hecho yo para merecer esto?
-Dios soy yo.
-No, tú eres Lucifer, y aún así me quedo corto.
-¡Oye!
-¿¡Qué!?
-Que tengo hambre, dame algo.
-Eh, el trato era que vinieses los viernes a medio día, hoy es sábado y son las diez de la mañana.
-Me da igual, yo mando.
-Echaba de menos tu ego.
-¿Mucho?
-¿A tu ego o a ti?
-¿Ambas cosas?
-Tu ego es tan grande como tú.
-Lo sé.
Al menos fue buena chica y me dejó hueco en el sofá, así que me senté con ella, poco duró sentada, se tumbó y usó mi regazo de almohada, hacía lo que quiciese conmigo, lo odiaba y me encantaba.
-Salem.
-¿Qué pasa Silvia?
-¿Me echabas de menos?
-¿Te miento o te digo la verdad?
-Miénteme, que se te da bien.
-Pues no, no te echaba de menos, era feliz sin ti, ni el gato ni el perro te echaban de menos.
-¿Mientes?
-Miento.
-¿Qué echabas más de menos?
-A ti, sentada sobre la encimera mientras cocinaba, a ti sentada en la mesa esperando la comida como una buena niña.
-Salem, hablando de comida, ¿y mis spaghettis a la carbonara?
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