miércoles, 10 de diciembre de 2014

Spaghettis para Silvia XXIV.

XXIV

 

 

Tres un mes medio de invierno medio abandonado, me volví a encontrar con Silvia, todo volvía a ser perfecto después de ese abrazo nada mas girar la calle.
Después de aquel momento, estuve horas aguantando a Rebeca diciendo que Silvia era perfecta para mí, y que tendría que acabar saliendo con ella.
Por suerte ya era sábado por la mañana, una mañana que dedicaba a estar tirado en el sofá con el gato, ese salido del infierno y que se había vuelto cariñoso.
No me dedicaba a otra cosa que no fuese ver Shin Chan y comer cucharas bien cargadas de dulce de leche, todo es paz hasta que...como siempre, suena el timbre cuando más tranquilo estoy.


-¿Hola?

-¡Silvia!- la niña me dejaba sordo al otro lado del telefonillo.

-¿Qué?- no me quedó otra que arriesgar con abrirle.


Al entrar al piso, lo primero que hizo fue pasar de mí y dedicarse a saludar al gato y al perro. Me sentía abandonado.
Pero era tan bonita la escena de ella sentada en el suelo jugando con mis mascotas.


-Se nota el cariño que me tienes que pasas de mí.

-Salem por favor, ¿desde cuando te tengo cariño?

-No sé ni por qué te abro, por cierto, el gato se suponía que era un regalo para ti, ¿por qué está conmigo?

-Para arañar a todas las tías que quieran entrar aquí.

-¿Celosa de alguien, quizás de Rebeca?

-¿Yo?

-No, tú para nada celosa, además, ella tiene novia.

-Yo también quiero.

-¿Novio?

-Novia.

-Eres tan rara Silvia.

-Me adoras.

-Si en la ignorancia eres feliz.


Después de jugar con Coco y Salam, el gato negro al cual le había puesto mi nombre, se tiró en mi sofá grande, apoderándose totalmente de él y sin dejarme espacio.


-Eh, vale que arrases la nevera, pero mi sofá es mi reino.

-Calla, no le hables así a la reina.

-Dios, ¿qué he hecho yo para merecer esto?

-Dios soy yo.

-No, tú eres Lucifer, y aún así me quedo corto.

-¡Oye!

-¿¡Qué!?

-Que tengo hambre, dame algo.

-Eh, el trato era que vinieses los viernes a medio día, hoy es sábado y son las diez de la mañana.

-Me da igual, yo mando.

-Echaba de menos tu ego.

-¿Mucho?

-¿A tu ego o a ti?

-¿Ambas cosas?

-Tu ego es tan grande como tú.

-Lo sé.


Al menos fue buena chica y me dejó hueco en el sofá, así que me senté con ella, poco duró sentada, se tumbó y usó mi regazo de almohada, hacía lo que quiciese conmigo, lo odiaba y me encantaba.


-Salem.

-¿Qué pasa Silvia?

-¿Me echabas de menos?

-¿Te miento o te digo la verdad?

-Miénteme, que se te da bien.

-Pues no, no te echaba de menos, era feliz sin ti, ni el gato ni el perro te echaban de menos.

-¿Mientes?

-Miento.

-¿Qué echabas más de menos?

-A ti, sentada sobre la encimera mientras cocinaba, a ti sentada en la mesa esperando la comida como una buena niña.

-Salem, hablando de comida, ¿y mis spaghettis a la carbonara?

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